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"Aquí, no hay nada". Esta frase ha sido durante una infinidad de años la que mejor ha definido este rincón del universo, del cual trata esta obra literaria. Pero dime venerable lector, admirable lectora, imagino que tu también has experimentado una sensación, ¿verdad? No mientas lector, si no, no estarías aquí leyendo estas páginas… Valiente lector, lectora audaz, seguro que lo adivinas, que lo sabes: ¡la historia esta en marcha¡ ¡Un mundo está por florecer justo ante tu mirada pasmada! Pero ojo, ¡esto es diferente! Te aconsejaría cerrar el libro si lo que buscas es un cuento de hadas sin más, esos típicos cuentos que sirven para que los niños se duerman. No encontrarás ninguna hada madrina, ni fuegos artificiales, ni ningún arquero con trajes de cuero ajustados cubriendo sus partes íntimas y tampoco hay valientes paladines adictos a la testosterona. Discúlpame, se me va la cabeza… Las siguientes páginas describen la génesis de un mundo que se verá pronto inmerso en las más absolutas tinieblas.

Desgarrado por conflictos sangrientos. ¡Entregado vivo a los salvajes! ¡A los más bastos! ¡A los bárbaros! He aquí la historia de este mundo que sacaba su belleza en una media docena de huevos, y que cayo inmerso en el caos por culpa de los mismos…

Más cuan venerado lector, sublime lectura, permitidme presentarme: Acidrik Rasgapanza , experto en adivinación y hechicería. Lo que viene a decir que leo el pasado y el futuro en las entrañas de todo lo que se mueve en la superficie de este mundo. También leo la espuma de la cerveza, siempre y cuando proceda de Amakna, así como también los lomos de cerdo.

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Como prológo de este relato, mi deber es informarte que no basta con un solo dios para poder crear un mundo digno de catalogarse así. Ya que el mundo del que estamos hablando en este apartado es en gran parte el fruto del genio Osamodas , un dios taciturno que prefiere la compañía de los animales que la de los demás dioses. Algunos no dudan en señalar que se hizo experto en invocar animales para tener compañía... de lo que sacan provecho sus fieles. Los discípulos de Osamodas pueden invocar los más bellos representantes de la fauna de Amakna; del Tofu, esta ave de ademanes elegantes y de plumaje amarillo, al Jalató, este majestuoso herbívoro de pelo blanco, sin olvidar al Prespic, este bicho rechoncho cuyas picaduras provocan gritos de sufrimiento incluso de los más duros de roer.

En uno de sus paseos solitarios,

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el dios Osamodas se encuentró ante un cartel extraño. De este hallazgo y con la participación activa de sus dragones, da a luz a un “Aquí no hay nada”. Escritas con letras de fuego en un cartel de platino, las palabras no dejaban de parpadear; como si flotasen en medio de la nada. Un astro frío y pálido parecía gravitar alrededor del cartel, en movimiento, al igual que otros, a través del vacío sideral. Lo único que se podía hacer en este lugar era leer lo que ponía el cartel, pero para ello hay que ser dios y llamarse Osamodas.

Pisando el vacío sideral con sus pies divinos y a la vez hinchados por la larga marcha que acaba de hacer, Osamodas admiró el vacío sideral que lo rodeba. ¡Era tan distinto a los demás vacíos que conocía! Un vacío tan puro, sin límites, no se encuentra todos los días, ni en su entorno, ni siquiera en la cabeza del dios Yopuka, esa broma encanta a un Osamodas en plena autosatisfacción. El dios Yopuka es en su opinión el más fogoso e impetuoso, pero a la vez el más bárbaro del Universo.

Lo que está claro es que Yopuka, que hace juegos malabares con un corazones todavía palpitantes y que podría quebrar la espina dorsal de un dragón como si fuera una ramita, puede hacer que le chirrían los bien afilados dientes a Osamodas. Algunos fragmentos de polvo milenario se separaron ante sus palabras:

“Osamodas, dime... ¿Es verdad que es tu divina persona está desnuda bajo estos harapos?”

De hecho, Osamodas y sus discípulos se visten con auténticas ropas de adiestramiento hechas con la piel de sus enemigos. No hay nada gracioso al respecto, y mucho menos a los ojos del dios. Osamodas no le quedó más remedio que lanzar un gran suspiro.

El vacío que se extendia bajo los ojos de Osamodas, se trataba, pues, de un vacío sideral de primera calidad, de esos que solo se ven una vez a lo largo de una existencia cósmica. El vacío. Un cartel. Una estrella que gravitaba alrededor del cartel, en un rincón del universo que le era completamente desconocido.

Osamodas tuvo que caminar mucho para disipar el sentido del humor de Yopuka. Como acostumbraba se marcho sólo, rodeado de sus tres dragones. Pero sentía esta vez que una alegría especial le acompañaba. Diviso la llegada de acontecimientos que acabarían dejando una huella en la historia cósmica. Por cierto, ¡no se equivocó!

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Helioboros, el dragón blanco; Uronigrido, el dragón negro; Spiritia, el dragón multicolor.

Helioboros, su dragón blanco, y Uronigrido su dragón negro, eran muy impulsivos y destrozaban el espacio persiguiéndose el uno al otro, un espectáculo aterrador para los que no están acostumbrados. Spiritia, el dragón multicolor, permanecía apoyado en su hombro, canturreando entre sus espesos morros una canción muy conocida por los dragones multicolores. Si los alrededores no fueran tan sombríos, tenebrosos e inhóspitos para jugar al escondite entre dragones, el espectáculo ofrecido por Osamodas y sus béstias hubiese llegado a ser casi alegre.

Contemplativo, Osamodas se inclino hacia el cartel e inspeccionó las letras de de fuego con prudencia. Esperó que los fragmentos del futuro acababa de de percibir en el presente. La piedra redonda giro a su alrededor.

De repente, Uronigrido, el negro, apretó sus mandíbulas cerradas y un rayo de luz oscuro se propagó por el espacio: la deslumbrante cresta que adornaba la cola de Helioboros se libró por poco de sus dientes... Algunos fialmentos de un blanco inmaculado rechinaron en la boca del dragón negro; no podía parar de reírse. Su único ojo, entrecerrado por la malicia, se abrió de golpe a causa de la sorpresa. Helioboros, furioso, ¡intentó atacarle por el costado izquierdo! Para evitar el ataque, Uronigrido lo sorprendió con una voltereta y luego giro emitiendo un gruñido. El inmaculado rayo que surgió de los morros de Helioboros le pasó tan cerca que le calentó las costillas. Cuando el dragón blanco se preparaba para golpear nuevamente a Uronigrido, este voló hacia Osamodas.

El dragón negro comenzó dar vueltas alrededor de la roca a los pies del maestro, seguido de cerca por Helioboros. Los dos dragones describían ahora círculos, contrayendo sus cuerpos, el espacio y el tiempo. El primero intentaba librarse del segundo. Iban a una velocidad impresionante. La roca se volvió roja y un silbido ensordecedor salía de ella a medida que se calentaba, ya no era más que un magma incandescente. La corteza en fusión se agrietó y un silbido estridente se escapó de su interior…

En ese preciso instante Osamodas dio un golpecito a Spiritia; el dragón multicolor entendió de inmediato y se abalanzó sobre la roca, abrazándola para protegerla. Una desflagración de luz y sombra se propagó por el universo.

Osamodas frunció el ceño. Un muevo mundo acababa de nacer. Entonces escuhó llegar a los demás dioses que acudieron para verlo... se acabó su tranquilidad. De nuevo lanzó un gran suspiro.

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